Este fragmento llamado «El instante decisivo» pertenece al libro de Henri Cartier-Bresson «Fotografiar del natural» publicado en 2003, que recopila escritor de este gran fotógrafo del siglo XX.
El instante decisivo
Henri Cartier-Bresson
«No hay nada en este mundo que
no tenga un momento decisivo».
Cardenal de Retz
Siempre he sentido pasión por la pintura. Cuando niño, pintaba los jueves y los domingos, y los otros días soñaba con pintar. Tenía una cámara Brownie como muchos niños pero sólo la utilizaba de vez en cuando para llenar pequeños álbumes con mis recuerdos de vacaciones. Hasta mucho más tarde no empecé a aprender a mirar a través del aparato; mi pequeño mundo se ensanchaba y las fotografías de vacaciones contribuyeron a ese fin.
También estaba el cine, Los misterios de Nueva York, con Pearl White, las grandes películas de Griffith, Lirios rotos, los primeros filmes de Stroheim, Avaricia, los de Eisenstein, El acorazado Potemkin, luego la Juana de Arco, de Dreyer; me enseñaron a ver. Más tarde, conocí a unos fotógrafos que tenían pruebas de Atget; me impresionaron mucho. Entonces fue cuando me compré un trípode, un velo negro, un aparato de 9 × 12 de nogal encerado, equipado con un tapón de objetivo que hacía las veces de obturador; esto me permitía enfrentarme únicamente a lo que no se movía. Los otros temas eran demasiado complicados o me parecían demasiado amateur y, de esta manera yo creía estar dedicándome al «Arte». Revelaba y positivaba yo mismo los negativos en una cubeta y ese bricolage me divertía. Apenas me daba cuenta de cuando los papeles estaban demasiado contrastados o, por el contrario, atenuados; pero, lo cierto es que no me preocupaba en absoluto, aunque montaba en cólera cuando las imágenes no salían.
En 1931, con veintidós años, me marché a África. En Costa de Marfil me compré una cámara, pero hasta la vuelta, al cabo de un año, no me di cuenta de que estaba llena de moho; todas las fotos salieron sobreimpresionadas con helechos arborescentes. Como por aquel entonces estaba muy enfermo, dediqué mi tiempo a curarme; una pequeña mensualidad me permitía ir tirando, trabajaba encantado y por placer. Había descubierto la Leica: se convirtió en la prolongación de mi ojo y ya no me abandonó jamás. Caminaba durante todo el día con el espíritu tenso, buscando en las calles la oportunidad de tomar fotografías del natural como si fueran flagrantes delitos. Me inspiraba, sobre todo, el deseo de atrapar en una sola imagen lo esencial que surgía de una escena. Hacer reportajes fotográficos, es decir, contar una historia en varias fotos, era una idea que no se me había ocurrido nunca; hasta más tarde, no aprendí, poco a poco, a hacer un reportaje contemplando el trabajo de mis amigos de oficio y las revistas ilustradas, para las que empecé a trabajar.
Circulé bastante, pese a que no sepa viajar. Me gusta hacerlo con lentitud, poniendo atención en los cambios entre países. En cuanto llego, siempre siento el deseo de establecerme ahí para llevar la vida del país, en la mayor medida posible. Yo no serviría para globe-trotter.
Con otros cinco fotógrafos independientes fundamos en 1947 nuestra cooperativa, Magnum Pilotos, que difunde nuestros reportajes fotográficos a través de revistas francesas y extranjeras. Sigo siendo un amateur, pero he dejado de ser un diletante.