Escrito de Robert Walser que pertenece al libro «Ante la pintura», del mismo autor.
Watteau
Robert Walser
A pesar de que sé poco de él, asumo sin demora la tarea, igual que el que camina por una pradera o se adentra en una casita atrayente, empapelada con gusto, de describir su vida dedicada a la alegría, es decir, al arte, en otras palabras, a sentirse feliz consigo mismo. Al marchar como aprendiz a la capital, se formó en la necesidad de saber algo, y al apropiarse con diligencia de lo que es digno de conocerse, se acostumbró a amar la vida que lamentaba y, en consecuencia, idealizaba. Debiendo despedirse probablemente joven de respirar y de andar, de pensar y de comer, de dormir y de mantenerse activo, se creyó en la necesidad de vivir experiencias tempranas, y tras conocer buhardillas, salones deslumbrantes y gente de lo más variopinta, se retiró en silencio a un territorio completamente personal, hallando en el retiro una alegría rayana en la perfección. Quien vive a gusto y agradecido lleva una existencia más amable y serena, no precisa ocupaciones febriles o apresuradas, lo que está tanto mejor hecho cuanto más sosegada y despreocupadamente se hace. En cierta ocasión leí su biografía, que no me proporcionó demasiados datos. Al intentar retratarlo, me parece un deseo, una añoranza, por lo que no me produce el menor asombro la sutileza, la delicadeza de mi estudio. Por ejemplo, lo tomaban por una persona indiferente. ¿Sucedía esto por azar o con semejante interpretación quería él decir cuán indiferentes pueden resultar a un ser humano sensible la trivialidad, determinadas realidades? Sabía conferir mejor que nadie un aspecto grato a su esperanza, a su vacilación, a su huida de la aspereza de lo cotidiano. Un buen día, dicho sea de paso, dije a una mujer, que había visto y vivido mucho, que tendríamos que acostumbrarnos a dejar pasar más las cosas, comentario que me granjeó cierta aprobación. Al personaje del que hablo no le faltaba un talento que resultó ser un verdadero don, con el que él, como demuestra su vida, supo hacer todo tipo de cosas bellas. En sus cuadros uno oye a lo lejos el tañido de las campanas o el murmullo de las hojas. A los árboles les confería en ocasiones una forma romántica, pero el romanticismo que sentía en casa, en su interior, tenía muy buenas maneras, que se reflejan en cuadros suyos cuya temática es la libertad y el bucolismo, y en los que gentes bien vestidas que forman un grupo alegre y culto se sientan en la hierba para escuchar recitales musicales o poéticos. En uno de sus cuadros, muy atractivo, baila, ataviada con un vestido floreado, una niña pequeña que parece encarnar la diversión y el donaire. Con suavidad y discreción mira hacia aquí desde lejos aquella a la que uno desearía tener cerca, esa lejana extraña y sin embargo familiar, conocida.